Una de las enseñanzas más señaladas que he recibido en mi calidad de mexicano es que en este país la combinación de la burocracia con la ciudadanía genera un efecto perverso que se magnifica en la medida que cada quien hace su parte, es decir las autoridades son ineficientes y los ciudadanos unos quejicas. Veamos.
El día 4 de enero me sentí muy listo y acudí a tramitar mi licencia de manejo dado que la anterior venció en diciembre. No lo hice en los últimos días del mes pasado porque no soy imbécil y me enteré que había tumultos asociados a los dos factores con los que introduzco estas líneas. Por un lado y siguiendo criterios misteriosos nuestras autoridades decidieron hace tiempo que se podía obtener una licencia “permanente” lo cual, si bien es una idiotez sonaba jugoso. Por supuesto en el momento que alguien medianamente lúcido se percató de que la licencia permanente era una especie de patente de corzo se rectificó y entonces el anuncio fue en el sentido de que no más. Esta indecisión constituye el primer algoritmo de la ecuación catastrófica, el segundo lo aportamos los ciudadanos huevones que para variar lo dejamos todo a la última hora y colapsamos el servicio. Lo notable es que además repelamos y se arman motines. Tengo ante mí un “aviso urgente” de la Secretaría de Transportes y Vialidad en el que se hace una convocatoria ciudadana y se dicen cosas como: “Hacemos un llamado a la serenidad y responsabilidad, a efecto de evitar situaciones de riesgo, absolutamente indeseables para todos” o “La tranquilidad y la paz que debe privar en este tipo de trámites debe ser una prioridad fundamental de los propios usuarios y del Gobierno de la Ciudad de México” (en este momento me imagino a una turba con antorchas sitiando una oficina de licencias y a Fernández Noroña semi desnudo buscando un amparo de la justicia ante el atropello. También me imagino a un funcionario tomando clases de redacción para tratar de evitar repetir la palabra “debe”).
El problema es que para variar un servidor salió raspado. Como ya expliqué fui a tramitar mi licencia el viernes pasado suponiendo que esta idiotez había terminado. Pues no, la señorita amablemente me informó que no podía hacer el trámite ya que “estaban saturados”. La respuesta me deja fuera de la ley y sin licencia de conducir durante los próximos días lo que simplemente confirma mi prodigiosa capacidad para atraer desastres.
La segunda estampa inició el 11 de diciembre cuando recibí el recibo de luz por un monto de $2000.00. Es prudente aclarar que para gastar eso tendría que dejar prendidas las luces de toda la casa y el refrigerador abierto durante diescisiete días. Llamé al número que venía en el recibo y nadie respondió por lo que recordé que el licenciado Miguel Tirado Jefe de la Unidad de Relaciones Institucionales y Comunicación Social de Luz se había puesto a mis órdenes y sintiéndome muy listo (nuevamente) lo llame. Nos tuteamos muy cordialmente y me ofreció “investigar”. No volví a saber de él, lo cual a estas alturas no es anómalo sino normal. El día 19 y con el Jesús en la boca ya que era necesario pagar, le mandé un recordatorio que tampoco tuvo respuesta. Entonces le escribí al ingeniero Jorge Gutiérrez director general pero ya era tarde, o pagaba o me quedaba sin luz. El ingeniero Gutiérrez me respondió –amable- que investigaría. El caso es que el día de marras estuve tratando de entablar comunicación con algún ser humano y no lo logré. Cuando pregunté en la ventanilla me indicaron que si había un error se me “bonificaría” y pagué con la misma resignación de un tzeltal ante las injusticias del mundo.
Es la hora en que nadie me ha aclarado nada y pronostico que me dirán que “el cobro fue correcto”, lo que supone que gasté cuatro veces más luz de la que necesito. Pronostico también que nada podré hacer y que esta sensación de orfandad debe ser compartida por el resto de los ciudadanos, aunque ellos no tengan acceso a los teléfonos y correos de los altos funcionarios. En fin, cosas de la burocracia.
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