Las olimpiadas nos obligan misteriosamente a ver cosas que no le interesan ni a los padres de los atletas, porque convendrá conmigo, querido lector, que una competencia de kayac o un gordo levantando pesas, no son precisamente espectáculos apasionantes ya que lo único que se aprecia es a un señor lleno de esfuerzos remando por los canales de la vida en una chalupita de miriñaque.
En esta justa olímpica que acaba de terminar me encontré con deportes por lo menos cuestionables ya que no me queda clara la razón por la cuál un señor con un rifle telescópico más grande que mis malos pensamientos y jugando al tiro al blanco se puede considerar un atleta. Tampoco entiendo cosas como el nado sincronizado en el que unas buenonas se ríen a huevo mientras portan unas pinzas de tender en la nariz para luego hacer cosas que en mi colonia se consideran ridiculísimas y mucho menos la razón de que los trajes de los halteristas son idénticos al que usaba don Porfirio en su exilio francés.
Varias son las lecciones de las olimpiadas así que habría que desmenuzarlas taxonómicamente. En primer lugar, por supuesto está el rendimiento de la gloriosa delegación mexicana, acompañada de un conjunto de sátrapas llamados “dirigentes”. Lo primero que no entiendo es la decepción nacional ante los resultados de nuestros atletas, que me parece equivalente a la que se produciría si un científico mexicano no ganara el Nobel de física ¿de dónde se nos ocurre que un nadador cuyo record nacional es cinco segundos más alto que el de un campeón olímpico gane la prueba? ¿con base en qué ingenuidad esperamos que una gimnasta que se cae porque pasó la mosca pueda obtener algo más que una foto de la muralla china? Misterios varios. Es también misteriosa la razón por la cual nuestras volibolistas usaron trajes prestados lo que evidentemente es antihigiénico o la imagen de un canoísta que agarró las tijeras barracuda y abrió su traje porque “le apretaba”.
Un segundo elemento se vincula con el manejo de las televisoras que a mí me resulta simplemente lamentable. Porque lamentable es que un idiota de nombre Facundo estorbe el tráfico para “probar la paciencia de los chinos” o que una mano con ojos y nariz cuyo nombre es “Compayito” alburee a un grupo de señores que nomás no entienden como la vida los puso en ese trance. Lo peor ocurrió en el momento (remoto y excepcional) en el que algunos compatriotas ganaron una medalla. En ese preciso instante fueron secuestrados a un estudio para observar 1786 veces el momento en el que ganaron, ser enlazados con sus abuelitas que lloraban emocionadísimas mientras la nación entera vibraba (yo fui el mudo testigo de un grupo de señores que le rindieron homenaje a una televisión de 31 pulgadas mientras se entonaba el himno nacional).
Pude presenciar también cosas inexplicables, como la de un señor que es luchador y se llama “Místico” que, con todo y máscara, acudió a un campamento de artes marciales en el que nadie se asombró de su atuendo y también como en un reportaje se nos mostraba a otro señor que le arrancaba la cabeza a una culebra con los dientes para divertimento nacional. Por supuesto no pude comer en tres días.
La cereza en el pastel la aporta el senador Javier Orozco quien ha dictaminado que: El Senado de la República llamará a comparecer a los responsables del deporte mexicano para que rindan cuentas sobre el "poco satisfactorio" resultado obtenido en los Juegos Olímpicos. Con toda franqueza yo preguntaría dónde carajo podemos formar una Comisión para que cite a los Senadores que no son precisamente muy satisfactorios que digamos y que nomás andan viendo la paja en el ojo ajeno.
Mi sugerencia final es la de que –para evitarnos tanta decepción- asumamos que somos una porquería deportiva que nunca dará golpe, que nuestros dirigentes son tan lúcidos como Capulina en plan jioti, jioti y que si esperamos algo de nuestros senadores de la República, más vale que compremos una silla y nos sentemos cómodamente a recibir la noche de los tiempos. La otra opción es nacionalizarnos Jamaiquinos y parar de sufrir cada cuatro años…que es mucha sufridera.
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