Exactamente el lunes 23 de enero de 1995 escribí estas líneas: “la gente que llega a mi edad se vuelve un poco patética. Hace pocos días uno de mis amigos más queridos me contó con enorme preocupación que estaba perdiendo pelo. Para resolver su problema tomó la extraordinaria decisión de untarse algo equivalente a la placenta de camello antes de acostarse, tal estrategia ha sido una fuente de desgracias ya que, por un lado, su mujer se rehúsa a cohabitar con alguien que huele a boñiga de vaca y por otro, el ungüento vale más que lo que costaría mandarse a hacer un bisoñé "con pelo de camello auténtico”. Bastaría hacer una cuenta elemental para estimar que desde esa remota fecha han pasado 11 años y sí asumimos que el crecimiento del patetismo geriátrico es exponencial podemos concluir que la cosa está de la mismísima madre.
El otro día me levanté de la cama después de una noche de excesos y me dirigí con un paso, que solo he visto en la tortuga galápago, rumbo al baño. En la puerta debido a un toque exquisito de diseño, hay un espejo de cuerpo entero que tiene la propiedad notable de magnificar cualquier pecado. La imagen que me devolvió era la de un viejito al que no tengo el gusto de conocer pero con cara de artista, concretamente de Nosferatu el vampiro alemán. Llegué a la dolorosa conclusión que la edad se me había venido encima entre las 3 y las 9 de la mañana y me quedé muy deprimido ante tal acontecimiento.
Bien, retomo las líneas iniciales: la gente que llega a mi edad se vuelve un poco patética y tengo elementos múltiples para pensar que este fenómeno se ha agravado con creces, permítame, querido lector ofrecer mi evidencia.
Un primer factor se relaciona con lo que los clásicos llaman “viejos verdes” que no son otra cosa que señores de edad que consideran razonable pensar que una joven de veinte años quedará seducida por su papada. Normalmente estos ejemplares tienen miradas lúbricas y coquetean siguiendo una estrategia que a mí me causa mucha vergüenza. La semana pasada comí con un amigo que dedicó la mitad de nuestro encuentro a buscar a un par de mujeres “para levantar”, le expliqué pacientemente que la idea no solo me parecía imbécil sino completamente suicida ya que el lugar en el que nos encontramos va dirigido a gente joven y exitosa, condición que cumplíamos tan cabalmente como Prudencia Grifell. No le importó y siguiendo la ruta de su destino se dirigió a una mesa con un par de buenonas que lo miraron como se mira un tibor y lo dejaron hablando solo mientras yo buscaba las llaves de mi casa debajo de la mesa.
Una segunda condición de patetismo está basada en un principio que los terapeutas llaman “de negación”. La gente que envejece es tan idiota que considera sensato pensar que un coche deportivo elimina las arrugas o que vestirse como lo hace el grupo Molotov es un buen remedio contra la calvicie. Por supuesto los resultados son frecuentemente siniestros y lamentables. En el club al que asisto hay un señor que el otro día me ofreció una crema para el cutis. Muy sorprendido le pregunté la razón por la cual pensaba que me iba a untar esa madre “para que no se te vean las arrugas” –respondió- la segunda pregunta era obvia. ¿Qué misterio cerebral lo orientaba a razonar que yo no quería que se me vieran las arrugas? Me vio conmiserativamente y me dijo la frase que he escuchado con más frecuencia en mi vida “no entiendes”.
Me he dado cuenta de que mi vista ya no es la de antes, mis pulmones deben parecer tacos de chicharrón prensado y mi capacidad auditiva es comparable a la de Bethoven, por supuesto el asunto me parece una desgracia. Sin embargo, si el antídoto para este deterioro es salir a la calle con bisoñé o ponerme unos pantalones de roquero considero que ya valió madre por lo que me dispondré a vivir mi etapa de adulto en plenitud (léase anciano) con la debida dignidad rodeado de los nietos que tengan a bien darme la niña María y el niño Frijol. Que así sea.
1 comentario:
Estimado Dr. considerando que escribió usted este artículo en 1995, que le dice el espejito mágico now a daysssss?????
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