Para imaginar lo que significa plantear un proyecto, invariablemente pienso en una mesa enorme en la que se encuentra alguien como Adolfo Hitler rodeado de generales con monóculos y cara de méndigos preparando la invasión a Checoslovaquia. En la mesa hay un mapa de Europa lleno de tanquecitos y cañones y en ese momento el mariscal von Bruggestein hace una propuesta que a todas luces es una pendejada --como infiltrar comandos en Praga vestidos de madrinas de bautizo--, todo mundo espera la reacción del Führer que será determinante. En el momento que declara que la idea es efectivamente una pendejada, todos se sueltan y la siguiente media hora se emplea en hacer leña del árbol caído con frases como "a quién se le ocurre" o "pero qué tontería". En la escena anterior se refleja una de las primeras características que debe tener el diseño de todo proyecto y ésta es, que el que corta el chicharrón, es decir el que aprueba o suelta la lana se sienta satisfecho. Enormes injusticias se han cometido en nombre de esta institucionalidad jerárquica. A nadie, por ejemplo, se le ocurrió decirle a don Pedro Ramírez Vázquez en la reunión de marras (una mesa que en lugar de tanques tenía crucecitas) que el proyecto de la Basílica de Guadalupe estaba para los gatos o que la maqueta estaría mejor ubicada en el baño de su casa. ¿Qué pasó?, que los danzantes con plumitas y sonajas, las beatas que vienen de rodillas desde Jungapécuaro y todo aquel feligrés que quiera rendir devoción a la virgen morena, tienen que hacerlo en una construcción que parece la casa de la mamá del muerto o la sede de los coyotes del Neza.
Otra característica notable de los proyectos es que invariablemente obedecen a intenciones megalomaniacas. La primera reunión transcurre llena de ideas monstruosas que pueden estar entre los siguientes rangos: a) Una nueva Disneylandia en Anenecuilco; b) una galería de estatuas de los diputados constituyentes inmortalizados en algún momento culminante. Las estatuas serían interactivas; tendrían un botón en algún lugar conveniente (la tetilla, por ejemplo) y serían accionadas por escolares para escuchar la Ley Federal del Trabajo; c) una colección de libros producidos por escritores nacidos bajo el signo libra en el año 1964. En todos los casos siempre se cuenta con un apoyo indispensable de alguna organización millonaria --como los Amigos de la Libertad o algo así-- que ofrece pagar hasta los calcetines de los participantes. El asunto arranca a todo lo que da, se hacen más reuniones en las que la monstruosidad de las ideas adquiere un notable crescendo ("¿y si hacemos que las estatuas muevan la boca?") y entonces vienen los problemas; porque cuando ya se establecieron los presupuestos para llevar focas a la presa de Anenecuilco o se tienen los bocetos de los constituyentes, resulta que la fundación retira la lana e invariablemente deja colgados de la brocha a todos los participantes incluidas las focas.
Una tercera característica que distingue a un proyecto es que siempre encontrará oposiciones vehementes que pueden expresarse en manifestaciones con garrotazos, cartas a la opinión pública o entrevistas en que los escritores que no nacieron en 1964 expresan su inquietud ante las élites generacionales. En estas discusiones opinan los que saben, los que no, y a los que el asunto les vale madre. Por supuesto, cuando el movimiento opositor se convierte en un problema el proyecto va para atrás y todos tan contentos.
En virtud de todo lo anterior es que considero que debemos empezar a proyectar asuntos tales como la obtención de diez medallas de oro en las próximas olimpiadas, la muerte del corporativismo o la llegada de un mexicano a la luna. Estas encomiables metas tienen la misma posibilidad de cumplirse que nuestros proyectos actuales. Sin embargo, pueden significar una esperanza para los que se van al Angel de la Independencia a violar granaderos en momentos de gloria deportiva, y ese objetivo, por supuesto, siempre será saludable.
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