“Piscis feb, 19-mar. 20. Es el signo más sociable del Zodíaco, por lo que posees la maravillosa habilidad de inspirar confianza y a (sic) realizar proezas, sólo con tu actitud. Tu amistad es siempre preferida por todas las personas que conoces”. Eso dice la caja de cerillos amarilla que se encuentra frente a mi teclado y que, evidentemente, tiene una función metafísica que rebasa con creces el acto ocioso de prender un fósforo para encender la estufa, fumar un cigarro o poner a prueba los pulmones de un niño que lo deberá apagar entre aplausos de los adultos babosos que lo rodean.
Analizado con cuidado el mensaje contiene revelaciones interesantes; la primera es que los piscianos son algo así como el alma de las fiestas y con todos hacen buenas migas, la segunda es que son ideales para el sablazo ya que todo mundo confía en ellos, la tercera es que pueden realizar proezas, por lo que uno debe imaginarlos echándose un clavado desde La Quebrada o madreando a catorce judiciales y la quinta es que el redactor de la cerillera es un imbécil.
Cada que veo un horóscopo me pregunto: ¿Habrá gente tan bruta que crea en todo esto? La respuesta la hallo no sólo en la enorme estadística de imbecilidad que nos rodea, sino en una reunión a la que asisto y en la que encuentro a una señora vestida de negro con unos aretes como los del capitán Garfio que me mira a los ojos, pregunta mi signo y cuando le respondo suspira y dice: “con razón”. Yo en lugar de preguntarle que con razón qué chingaos, sonrío cortésmente y me tomo otro trago mientras pienso “pobre gente” que es exactamente lo que ella está pensando.
Sin embargo los hay peores, esos le han dado un toque científico al asunto y entonces se dedican a buscar signos inequívocos en datos como la hora y el lugar de nacimiento. Entonces se ponen una bata y emplean su tiempo en estudiar la posición de los astros y después de un sesudo análisis y cien pesos nos informan que tenemos un ascendente en Virgo, que nuestra piedra es la amatista, que el número que debemos seguir es el 8 y que nuestro elemento es el agua (que por cierto no es elemento). El asunto también se marca por medio de revelaciones tales como que hubo una tragedia en la familia y que pronto emprenderemos un viaje. El que recibe las revelaciones sale encantado a contárselo a todo mundo, luego trata de buscar una amatista en la enciclopedia, acto que constituirá su primer (y último) encuentro con dicho mineral. juega a la lotería en 8 y establece como prerequisito para entablar comercio carnal que su pareja sea Virgo. Por supuesto, el día que su madre, una viejita de ochenta años, se deshace la cadera al caerse de la banqueta, él es el único que sabe que el asunto ya estaba escrito y cuando sale a Teoloyucan lo hace convencido de que el viaje lo tramó Júpiter.
Mención aparte merecen los que dan los horóscopos utilizando los medios electrónicos. Por alguna razón que desconozco pero que, intuyo, tiene que ver con un Edipo mal resuelto, estos señores parecen señoras, utilizan unas túnicas que ya quisiera la tigresa para sus peores días, se peinan con pistola, utilizan anillotes de Cleopatra y tienen en su casa un gato disecado. Cuando los entrevistan en programas como el de Cristina, invariablemente se enfrenta a un público de señoras gordas que le cuentan como untándose huevo en las ingles han logrado mejorar su suerte.
Dios mío.
El hecho de que estos señores se enriquezcan alimentándose de nuestra ignorancia no es, después de todo, algo que debería sorprendernos. Baste ver las nóminas del PRI para entender que los ranchos, empresas y haciendas de nuestros cachorros de la Revolución tienen un origen que se basa en el mismo principio: engañar a los engañables. Sin embargo, no todo está perdido, el otro día leí un anuncio en el que se ofrecen cursos para ganarse el melate, voy a inscribirme y luego les cuento.
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