lunes, 17 de agosto de 2009
Preguntas telefónicas (El Financiero 1995)
Cuando Alexander Graham Bell le dijo el 10 de marzo de 1876 a Thomas Watson, su chalán, que estaba en la habitación de a lado: " Watson come here I want you", estaba inventando el teléfono y probablemente no se dio cuenta de las terribles derivaciones que su avance tecnológico traería a la humanidad. Desde pendejazos que llaman a las tres de la mañana para preguntar por la señora Joaquina, hasta badulaques de celular, los usuarios telefónicos muestran una cantidad de taras que no dejan de ser notables. Las preguntas que se pueden recibir por vía telefónica poseen un componente metafísico difícil de explicar. Veamos algunas de ellas.
¿ No te desperté? Esta la recibe un señor que se encontraba cataléptico diez segundos antes. "No -- contesta, mientras intenta abrir los ojos llenos de lagañas-- nomás estaba recostado". Existen más posibilidades de recibir llamadas de madrugada: la del señor que llama a la una de la mañana para confirmar la cita del desayuno (a la que uno no llega porque se quedó dormido) o la de los idiotas que hablan de Europa y no recuerdan que hay que restar horas en lugar de sumarlas.
¿ A ver, adivina quién habla? Generalmente ocurre en el momento que uno se ya se metió a la tina. Se dejan pasar los primeros tres timbrazos. Sin embargo, rápidamente toma cuerpo la paranoia de que el que está hablando es el embajador de Francia o Demi Moore que quiere una cita. Se sale del baño pegando una carrera vergonzosa. En lugar del embajador se escucha la voz misteriosa (que parece disfrutar el hecho) e inicia el cuestionario ¿ no te acuerdas de mí? La siguiente escena es la de un hombre maduro, encuerado y chorreando agua diciendo: ¿María? ¿Alicia? ¿Paquita? En el instante que la siguiente frase sería: ¿tu chingada madre?, se nos anuncia que es Luisa la que llama.
"¿Cuál Luisa?", pregunta uno mientras recuerda que la única mujer conocida por ese nombre fue atropellada por un Joya-Tlacoligia en 1987.
¿Ay, no puede colgar? Es que se cruzó La eficacia de los técnicos nacionales ha determinado que eventualmente se cuele a la conversación la llamada de otra persona. Por algún misterio las gentes que invaden nuestras vidas son dos jovencitas que tienen quince años y catorce neuronas. Que si Ricky Martin es lindísimo, que si Mónica es una puta, etcétera. Como a uno no le da la gana terminar una llamada que ya estaba en curso, solicita cortésmente que las interventoras lo hagan. Frecuentemente los resultados son desastrosos. O se recibe un adjetivo del tipo de "viejo guango", o las adolescentes fingen colgar y se quedan calladas. Su presencia auditiva se delata cuando se ríen porque uno cuenta alguna intimidad.
¿Quién habla? Esta variante es siniestra. La gente que llama a algún lado es tan bruta que en lugar de preguntar algo sensato como: "¿ Es la casa de fulano?", inquieren por la identidad del receptor de la llamada, que invariablemente contesta ¿ con quién quería hablar? Y entonces la persona que llamó pregunta ¿ no es la casa de fulano? asunto que, como ya se vio, se podía haber evitado.
¿Es el licenciado Guillén? Cuando se oye esta pregunta lo mejor es colgar porque del otro lado de la línea se encuentra un vendedor que a todo el que habla le concede la licenciatura y se empeñará los siguientes treinta minutos en regalar una tostadora y un viaje a Huatulco con tal de que uno asista "a una pequeña plática acompañado de su esposa". Las últimas palabras que emite el vendedor antes de ser mandado al diablo son: ¿ entonces no quiere su tostadora?
¿ No sientes que está temblando? Estas inmortales palabras las emitió el pasado jueves mi amigo Paco y fueron a dar al éter porque un servidor, que era el supuesto destinatario se encontraba ya en la calle pegando de gritos.
En fin, la gente seguirá haciendo uso del teléfono. Para pitorrearse de sus congéneres, para ganarse un disco de Juan Gabriel o para decirse cosas de amor, sin entender que es mucho más sensato expresarlas personalmente en lugar de estar babeando un auricular. ¿O no?
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