Hace ya varios años Malú Huacuja me mandó un correo en el que me pedía la autorización para publicar un texto de mi autoría en una página que ella había desarrollado y se llamaba “antilibros”. Seguramente, querido lector, usted se ha de estar preguntado ¿y eso a mí qué me importa? Sin embargo el asunto viene a cuento porque aquel artículo daba cuenta de una polémica que yo no entendía entre un señor que es crítico y se llama Christopher Domínguez y otro que no lo es, pero estaba muy molesto de nombre Víctor Manuel Mendiola.
Dado que no tengo el gusto de conocer a ninguno de los dos, gocé de envidiable neutralidad para cronicar la madriza que se pusieron a resultas de algo que Domínguez había publicado y que a Mendiola no le agradó. Hace unos días, en un ejercicio muy similar al del cometa Halley, la polémica regresó intacta y la he observado con cierta fascinación ya que me parece ilustra mucho del vodevil intelectual mexicano.
Los escritores en México tienen una cierta alma de prima donnas que los convierte en seres muy sensibles a los chingadazos y muy entusiastas ante los elogios. Andan en grupos y se les puede reconocer porque comen en cantinas, siempre traen un libro bajo el brazo, usan barba y se ríen de cosas que solo ellos entienden como: “¿Viste que le negaron al beca a fulanito…es un escritor muy menor, jaja”. Los escritores mexicanos viven marginalmente de lo que escriben y sustantivamente de alguna chamba editorial, una beca oportuna o un hueso en el gobierno corrigiendo discursos de políticos imbéciles. Se identifican a sí mismos por generaciones “pertenezco a la generación XXX” lo cuál es una pendejada ya que yo, por ejemplo soy de la generación del 59 y no se me ocurre andarlo repitiendo.
Otra característica distintiva de este noble gremio y que es la que destaco en esta colaboración, se relaciona con su tendencia a agruparse en clanes que son enemigos y se viven mentando la madre. El hecho de que hace años ya se haya gestado una disputa, que los argumentos sean más o menos idénticos y que los protagonistas sean los mismos, da cuenta de este peculiar fenómeno.
Veamos, todo empieza porque Mendiola le manda decir a Domínguez desde el periódico El Universal que su trabajo “Diccionario crítico de la literatura mexicana 1955-2005” no sirve para nada, que puso a puros cuates y desechó a otros de más valía, que el Fondo de Cultura Económica metió la pata y puso en tela de juicio su prestigio etcétera. Acto seguido Guillermo Samperio publica en las páginas de El Financiero una carta a la directora del Fondo en la que acusa a Domínguez de muchas cosas y argumenta, palabras más palabras menos, que si el texto se hubiera publicado en Alemania, Inglaterra o Austria (¿Austria?) a Domínguez “lo hubieran metido a la cárcel o lo hubieran expulsado del país” (imaginar a Domínguez expulsado del país.
El crítico defenesatrado sale en su propia defensa y responde que en principio el publicó a los autores que le gustan, es decir, los que le dan la gana y que ello no tiene nada de malo, como tampoco lo es que vuelva a usar textos ya utilizados. Además dice que el número de páginas dedicadas a cada autor no son sinónimos de su valía lo que por lo menos para mí no es tan claro.
La coda de este interesantísimo fenómeno la aporta la señorita Eve Gil, que descarga otro cañonazo hacia Domínguez mandándole decir que se deje de asumir como la “máxima autoridad de las letras del siglo XX” (imaginar, en este caso, a Domínguez en su papel de máxima autoridad) y la cosa sigue.
Sobre todo el desmadre anterior debo decir que estoy confuso pero, paradójicamente, cada vez entiendo más. Como en este país nadie está nunca contento (muy particularmente los escritores) sugiero una antología total de la literatura mexicana en donde quepa hasta yo. Habrá quien diga que es un ejercicio poco riguroso y seguramente las quejas serán de las glorias que no quieren verse al lado de pelagatos, pero seguramente evitaría la tinta invertida en estos menesteres….que es mucha tinta.
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