Estoy seguro que el primer hombre que se subió a un elevador en el siglo III d.C., era algún mandatario huevón al que sus fieles -que lo levantaban con la fuerza de sus lomos- le tienen que haber mentado la madre en silencio. Sin embargo, la verdadera mamá de los pollitos en este asunto de elevarse por las alturas fue Elisha Otis que en 1856 diseñó el primer elevador para pasajeros destinado a una tienda neoyorquina. Desde entonces el asunto ha dado muchas vueltas; baste saber que en el edificio Sears de Chicago los elevadores pueden alcanzar una velocidad olímpica de 549 metros por minuto, evento que debe producir una sensación notable en los testículos.
¿Por qué hablar de elevadores? Pues simplemente porque son interesantes. Existen muy complejas derivaciones en algo tan elemental como treparse a un artefacto que tiene como misión la de hacernos la vida más llevadera. La primera que se me ocurre es también la más evidente: el elevador es un agente preventivo de infartos. Durante un viaje a París hace algunos años Georgina y su servidor decidimos pagar nuestra deuda turística visitando la torre Eiffel. En los elevadores había una cola siniestra, así que decidimos subir por las escaleras... todavía hoy me arrepiento. Cuando llegamos al primer piso nuestro aspecto era el de dos personas moradas que han luchado contra algo superior a sus fuerzas. En ese instante, como un relámpago, quedó claro para mí que nunca me opondría al demonio devorador de la tecnología.
La segunda cosa interesante que pasa en los elevadores tiene que ver con las personas que se suben a ellos: Por algún misterio indescifrable nuestra conducta se desgobierna y entonces nos quedamos callados o hablamos a susurros, observamos con muchísima atención la progresión de los pisos, o le vemos los pelos de la nuca al gordo que está delante de nosotros. El hecho de que ya no existan elevadoristas con traje de coronel salvadoreño, ha determinado que la posición más cercana a los botones sea la más indeseable ya que a ése todo mundo le pide favores: “¿Si lo molesto al nueve?”. Por supuesto este hacinamiento antinatural produce situaciones siniestras, como la de que alguien estornude o (la más temible) que se trepe una vieja chota y exclame ¡pero que mal huele!.
Los elevadores son, por otro lado, instrumentos de paranoia. Existe gente que se sube pensando que ése será el último acto de su vida y va rezando una Magnífica. Recientemente en el hospital donde nació el heredero nos quedamos atorados en el elevador las siguientes personas: una niña caguengue; la mamá de la niña caguengue; una señora cuarentona de lentes de fondo de botella; un señor de bigotito y su servidor. Cabe aclarar que en el elevador no sólo cabíamos nosotros, sino el Necaxa si le hubiera dado la gana subirse, que había un interfón para comunicarse al exterior y que no conozco un caso documentado de muerte en elevador en los últimos veinte años. Sin embargo, la señora cuarentona pegó un grito que descerebró a la niña y nos dio un susto mortal a todos. El de bigotito trató de calmarla como -se sabe- lo hacen en las películas y estaba a punto de arrearle el primer madrazo cuando el elevador restableció su servicio.
Otro uso que tienen los elevadores es como fuente de misterio y terror: está una señora muy pachucha con sus compras del súper subiendo al piso trece, la puerta se abre, ella se agacha para recoger las lechugas y cuando levanta la mirada se encuentra con el equivalente asesino de la llorona que la va a decapitar. Una alternativa fílmica es la de elevador que sirve para fugarse: la muchacha es correteada por alguien que tiene fines inconfesables, en eso se abre el elevador, ella se mete hecha la chingada y entre sollozos, el malvado se estrella en la puerta. La muchacha ya trepada se tranquiliza hasta que le cortan las cuerdas que se van destrenzando lentamente y se mata.
El último uso que tiene los elevadores es como espacio de fantasía sexual, pero ese no se los platico, mejor vean a Glenn Close y Michael Douglas darse cariño en Atracción Fatal.
3 comentarios:
Doctor, gracias por tu Blog de cada día... es chingón tener la certeza que dentro de todas las pendejadas a leer durante el día me encontraré con algo que me hará reír.
Gracias?, nah de veras gracias...da gusto que lo que uno envía como botella al mar tenga algún destinatario. Abrazo
Debo decirte Doctor? Te hizo falta mencionar la música del elevador, ¿que hubiera sido de Ray Coniff sin los elevadores? Nunca lo sabremos.
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