El otro día vi el debate y me quedé con una sensación de que algo no andaba bien. Por principio de cuenta es anómalo que una señora que es locutora y tiene reputación, solo sirva para decir entre pestañeos: “tiene la palabra fulanito de tal”. Esta encomienda –con altísimo grado de dificultad- la podría hacer hasta yo con la ventaja de un menor costo. El siguiente problema se debe a lo que los entendidos llaman “la equidad”. Todo mundo sabe que de las cinco propuestas dos no le interesan ni al doctor Simi (por lo que la gente aprovecha para ir al baño en el momento que los dos candidatos patito se desgranan en iniciativas sesudas). Concederle la misma oportunidad a este par, simplemente le resta tiempo a los que le importan a la gente y ello no me parece la más lúcida de las ideas.
El formato ha sido diseñado por alguien que no tuvo el tiempo suficiente para entender que si un señor tiene que explicar en minuto y medio la política económica de un país, lo más probable es que ese país vaya a la bancarrota o que nadie entienda nada. Un verdadero debate supone un moderador lúcido y tres señores que no están de acuerdo y lo deben dirimir ante la Nación. Me imagino a uno de ellos diciendo “ocurre señor candidato que no me gusta el color de su corbata” y el aludido arreando de regreso. Con la modalidad que nos fue ofrecida parecería que nos encontramos con un grupo de escolares recitando aquella de “por qué me quité del vicio”. Otro punto interesante es que todo mundo aparentemente quiere mucho al resto de sus compañeros… que si la civilidad, que una campaña de propuestas. Sin embargo, apenas se despiden viene una madriza ejemplar que es la que presenciamos los mexicanos día con día.
Me explican los que saben que esto es normal; que en todos los países con cultura política, los candidatos se dan hasta con la cubeta y tienen equipos que hurgan en los pasados de sus adversarios con el fin de rostizarlos como se rostiza a un pollo. Los ejemplos pueden ser múltiples y variados; a) el señor candidato se clavó la lana de la cooperativa escolar, b) el señor candidato tiene en su casa un loro huasteco en peligro de extinción c) la tía del señor candidato es teibolera en el Waikiki d) el abuelito del señor candidato se orinó en unos arriates de avenida Reforma y lo que sigue es un largo y penoso etcétera.
Los mexicanos (una raza impresionable), ante estas evidencias, mudamos de opinión como las víboras de piel, lo que seguramente produce un profundo desconcierto en los señores encuestadores que nunca sabe qué hacer ante tanta indecisión. Es por ello que las campañas se han convertido en el arte de tirar más madrazos y tratar de esquivar los que vienen en camino. Mi propuesta para salir de este atolladero es que busquemos gente ejemplar, de esa que está en vías de canonización para las siguientes campañas y santo remedio.
Los saldos de un debate son variados, en primer lugar los cinco candidatos salen diciendo que ganaron lo que como se sabe solo es verdad en un caso. Luego se van a una pachanga donde sus fieles los vitorean y al día siguiente la población empieza a opinar. A mí el asunto de la opinadera ya me tiene ligeramente harto. Invariablemente en cuanta reunión social me aparezco basta que me siente con un wisqui en la mano, para que los comensales piensen que tengo un profundo interés en defender a mi candidato y denostar al de su preferencia. Al respecto he seguido un noble arte en el que me considero una autoridad mundial consistente en hacerme pendejo. Sin embargo, el hecho de que yo siga esa estrategia no es garantía ya que al rato empiezan los debates que me dejan entre fuego cruzado. La gente se enciende y si no hay alguien que haga imperar la prudencia el asunto puede terminar como el rosario de Amozoc.
Por lo anteriormente expuesto es que su servidor se declara en veda social hasta el día 3 de julio, a partir de ese momento acepto la invitación que tenga a bien hacerme, querido lector.
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