Ya daban las once con quince cuando Eliza cayó dormida con un libro a su lado, la gran casa localizada en Manchester permanecía en silencio.
Ella iba a una escuela religiosa que admitía niñas solamente, siempre fue una excelente estudiante pero tenía algunos problemas con las monjas y otras alumnas, no tenía amigas en la escuela pero sí un mejor amigo llamado Héctor que vivía en su misma calle, él la cuidaba y la divertía mucho pero no la comprendía ni a ella ni a sus gustos. Ella siempre fue una ávida lectora; a donde quiera que fuera llevaba un libro en la mano.
Esa tranquila noche su padre llegaría muy tarde ya que estaba inundado de trabajo por lo que los únicos que estaban en la casa eran Eliza y su hurón llamado “Grapa”. Más tarde –cuando Eliza dormía profundamente- algo extraño pasó; el libro que estaba en su regazo y que constituía su más preciada posesión se abrió y de él salieron ramas y flores que brotaban poco a poco hasta cubrir todo el cuarto aunque dejando intacta su cama y la de Grapa. A las dos de la mañana Eliza oyó un ruido y se despertó, cuando abrió los ojos, su cuarto estaba convertido en el más bello jardín que una niña pudiera soñar, ella se sobresaltó y dio un grito, que no se podía saber si era de temor o de emoción. Trató de abrir la puerta de su cuarto pero ya no había puerta detrás de esa enredadera. Eliza se asustó y corrió por todo su cuarto, lo que observó es que mientras ella se movía las ramas, flores y árboles se expandían y creaban una enorme meseta. Siguió corriendo hasta que se dio cuenta de que mientras más avanzara, el terreno crecería y nunca podría volver. Se sentó cerca de un gran olmo y a lo lejos vio un caballo que era montado por una bella mujer rubia y delgada como Eliza. Mientras más se acercaban Eliza dio un salto de emoción; se trataba de su difunta madre a la cual reconoció inmediatamente. Impulsivamente, la abrazó y se sentó a llorar pero su madre la desconoció, regresó al caballo y siguió montando. Eliza pensó: “quizá no se acuerde de mí porque murió cuando yo tenía un año y ahora tengo 14”, le grito fuertemente pero no obtuvo respuesta. La señora siguió su camino sin siquiera verla ni oírla. Ella se rindió y pensó en formas de regresar a su cuarto, se decidió por caminar sin rumbo, en el camino cayó profundamente dormida en un espacio con pasto y lleno de flores, pasaron las horas y ella despertó en su cuarto que se encontraba sin ningún rastro de vegetación. Su despertador sonó y Eliza estaba confundida y asustada, en vez de vestirse con el uniforme e irse a desayunar, decidió correr al otro lado de la cuadra y contarle a Héctor lo que había ocurrido.
Se fue envuelta en una bata a su casa y llegó, Héctor estaba desayunando en silencio ya que sus padres trabajaban desde muy temprano. Eliza histéricamente gritó: “¡Héctor, ayer mi cuarto se convirtió en un bosque y vi a mi madre!”. Héctor la miraba divertido y le respondió: “Eliza ¿segura que no había alcohol u hongos en tu cena?”Ella se rió pero luego le explicó todo lo que había pasado y dijo estar segura de haber reconocido a su madre en lo que Héctor llamaba “un sueño bizarro” y ella “una aventura sin explicación alguna”. Ese día Eliza y Héctor decidieron faltar a la escuela -Sin el permiso de sus respectivos padres- para investigar más sobre el libro y el suceso que ocurrió en el cuarto de Eliza. Cuando llegaron abrieron el libro y vieron una extraña coincidencia; la primera historia era sobre una doncella que cabalgó por todas las mesetas y bosques del mundo, solo que en la historia no había ninguna descripción de la mujer. Después de un rato lo único que lograron averiguar fue que el libro había sido publicado originalmente en Irlanda y escrito por Andrew Bantry en 1928. Grapa salió por primera vez desde la noche anterior, estaba dormido en el cajón de calcetas de Eliza. Cuando lo vieron estaba pisando un pedazo de hoja desconocida. Tenía un color violeta y después de investigar en la enciclopedia de herbó logia del papá de Eliza, observaron una imagen con la misma planta y descubrieron que solo crecía en Asia. Voltearon el cuarto de cabeza y encontraron hojas de árboles de todo el mundo por lo que Héctor comenzó a creerle a Eliza.
Como era viernes, Héctor pidió permiso para acampar a casa de Eliza y sí que venía preparado; traía lámparas, libros, comida y agua. En la noche abrieron el libro y leyeron un cuento sobre sirenas, y aunque acordaron no quedarse dormidos dieron las doce y parecía que habían entrado en un severo estado de coma. De pronto el cuarto se tornó azul, la pared goteaba y empezó a salir agua del suelo. Héctor se sobresaltó al ver que el cuarto se inundaba, trató de abrir la puerta y cuando lo logró, una enorme ola los revolcó a los dos, un segundo después el cuarto de Eliza desapareció. Eliza comprendió que estaba pasando lo mismo que la noche anterior; mientras más nadaban, más grande se hacía el mar. Los niños estaban asustados pero al mismo tiempo no podían evitar asombrarse al ver un mar tan bello, coralino y claro.
De pronto Eliza vio una criatura nadando debajo de ellos ¿era acaso una sirena? Y no solo una hermosa sirena sino nuevamente la madre de Eliza. Héctor le grito y le dijo que no se acercara “¡solo es una ilusión!”, pero Eliza sin oírlo fue hacia ella nadando lo más rápido posible y la abrazó. Esta vez la sirena le devolvió el abrazo y se fue aleteando sin dejar rastro. La niña estaba confundida pero regresó con su amigo. Después de de lo sucedido intentaron retornar sin éxito. Pasó una hora y estaban agotados, por más que nadaran hacia las rocas parecían alejarse en lugar de acercarse. Héctor estaba muy cansado y cuando Eliza volteó se estaba ahogando “le dio un calambre” pensó. Lo trató de cargar pero se estaban hundiendo, se les acabó la respiración y se desmayaron hasta que súbitamente despertaron en el cuarto. Al día siguiente encontraron arena y algas.
Se preguntaban por que ocurrían estos sucesos después de leer un cuento de “El Libro de los Sueños” nombre que le puso Eliza.
Ese día Héctor tenía que ir con su familia a Sunborn una bella playa del sur y como su papá trabajaba todo el día se quedó sola. Después de desayunar dudó en leer otro de los cuentos del libro pero se decidió por hacerlo. Ese día paseó a Grapa por la cuadra y regresó. Fue al cuarto de su padre a buscar algún tipo de información sobre su madre ya que él nunca le decía nada al respecto. Encontró fotos de ella y una maleta en la que estaban todos sus títulos profesionales, ella había estudiado Ciencias Políticas y se graduó con honores pero no pudo encontrar ninguna pista sobre donde trabajaba. Eliza cenó y esperó para quedarse dormida, esta vez estaba preparada para la transformación de su cuarto. Como usualmente pasaba, todo el cuarto cambió y esta vez se volvió arena, puso su despertador a las dos de la mañana y no fue necesario el despertador, el súbito movimiento de encontrarse en la punta de una duna gigante hizo el trabajo.
Esta vez el clima también cambió, el calor incrementó de una manera notable.
Eliza se dio cuenta que era un desierto como en el libro pero a diferencia de este no había bazares ni un palacio, caminó por un largo rato sin ver nada. Se dio cuenta que estaba en el desierto del Sahara y esperaba encontrar a una mujer que era una princesa de la tribu Bororo como decía en el libro y que tomaría la forma de su madre como de costumbre, pero después de caminar y caminar viendo que el desierto parecía hacerse más extenso llegó a una palmera que daba un poco de sombra. Esperó media hora cuando vio una figura humana acercarse hacia ella, como lo había predicho era su madre cubierta en un turbante y un vestido. Se acercó y tomó asiento junto a ella en la arena. Esta vez la mujer tomó su mano y comenzó a hablarle sobre lo que le había pasado y la explicación de su muerte. Esta vez Eliza sintió que todo era real y expresó todos sus pensamientos y sentimientos a su madre sobre como se sentía abandonada por su padre y muy sola. De las dos brotaron lágrimas y continuaron con una charla muy larga. Aunque parecía que habían hablado un día entero la luz seguía con la misma intensidad. Siguieron juntas hasta que cayó la noche y se despidieron. De nuevo Eliza despertó en su casa confundida, parecía que cada sueño que tuviera se acercaría más a su madre, no sabía que hacer, quería saber más sobre ella pero ella era un espejismo o una ilusión, un espíritu que nunca estaría con su hija en el mundo real. Después de reflexionar seriamente tomó la decisión de leer un último cuento y despedirse de su madre para siempre.
El siguiente cuento era sobre un príncipe que escalaba la más alta montaña para demostrarle su amor a una princesa caprichosa que le ponía retos para concederle su mano. Al llegar a lo que se suponía era la cima de la montaña el príncipe dio un movimiento en falso y cayó por la montaña, la leyenda dice que antes de caer, el príncipe se volvió parte de la montaña .La princesa nunca más lo volvió a ver, y se dio cuenta que perdió a su ser más querido por un berrinche.
Eliza leyó el cuento, no le gustó tanto como los otros, le pareció cursi, ilógico, y menos fantástico que los otros.
Cenó una sopa de tapioca preparada por su nana y se fue a dormir.
Su cuarto empezó a temblar, Eliza desconcertada se escondió debajo de las sabanas no huyó, solo esperó. El ruido cesó, Eliza se destapó y para su sorpresa se encontraba en la cima de una montaña que al ver para abajo no parecía tener fin.
Se quedó quieta no intentó moverse porque sabía que el efecto sería contraproducente. Esperó por horas y miraba el cielo. No pudo evitarlo, al saber que prácticamente estaba en el cielo trató de tomar una nube y cuando se estiró para tocarla...
Eliza caía de la montaña a una velocidad impresionante, pasó el tiempo y aún no caía contra el suelo, cuando por fin lo vio, todo acabó, se encontraba en los brazos de su madre esta vez no en la montaña, sino en una nube.
Más que aliviada la niña se soltó a llorar de la emoción, el susto, emociones variadas.
Recuperó sus fuerzas y su rubor y le dijo a su madre: “Mientras yo caía por la montaña, pensé que nadie que me salvaría, si no fuera porque estás en este sueño, en el mundo real en mi mundo, estoy en una caída sin fin y nadie me puede sostener, conocerte fue lo mejor que me pasó, te quiero, pero ya no te visitaré más. Vivir en un sueño no es vivir, es la ilusión de todo lo que deseamos y amamos, pero no es de verdad. Aprendí algo de todo esto, tú siempre me vas a amar aunque no te vea aunque no te sienta aunque no te pueda abrazar, tú estás aquí conmigo. Buenas noches madre.
Al pronunciar estas palabras Eliza fue transportada a su habitación, no despertó hasta que pasaron algunas horas, vio el libro, lo abrió y en la última página había una flor, una concha, un frasco de arena y un pedazo de nube cristalizada.
Eliza no necesitaba más pruebas, su madre si estaba con ella.
Eliza fue corriendo al cuarto de su padre, corrió hacia su cama y le dio un abrazo enorme, un evento que nunca había pasado en la vida de Eliza, que ella pudiera recordar. Sin más hablar su padre comprendió el gesto y la abrazó de vuelta. Aunque fueran las siete de la mañana Eliza fue corriendo en pijama por la calle y llegó a la casa de su vecino, subió la escalera que daba al cuarto de Héctor, lo despertó pegándole con una almohada y le plantó un beso en la mejilla.
El mundo de Eliza cambió para siempre, para bien. Descubrió que las personas que más quería estaban con ella.
Todo lo demás no importaba sabía que de una vez por todas todo lo que necesitaba era saber que podía ser feliz y lo fue, más que nadie.
2 comentarios:
Bastante motivo para sentirte orgulloso de la niña Maria. Ojala se parezca a ti solo en el talento para escribir.
Hermosa historia, te atrapa conjugando esencia y sabiduría.
Publicar un comentario