Ayer por la mañana tuve la poca madre de dejar sembrados como ahuehuetes a dos queridos amigos que me esperaban para un desayuno y que seguro me siguen mentando la madre. Lo anterior no se debe a que sea un miserable, ni a que disfrute haciendo tales papelones, en realidad el problema se reduce a mi memoria para estas cosas. Supongo que la zona de mi cerebro que se encarga de recordarme lo que debo hacer, sufrió una atrofia temprana (muy probablemente causada por los golpes de la vida y de una vieja loca que se encargaba de que yo creciera como un hombre disciplinado), el hecho es que las cosas se me olvidan de la peor manera posible y voy por la vida ofreciendo disculpas cumplidas a mis cada vez menos numerosas amistades.
Me han explicado que existe una solución para mi problema pero desgraciadamente la encuentro ridícula; se trata de una especie de pluma que uno trae en la bolsa de la camisa. En el momento que es necesario recordar algo, se saca el bolígrafo se aprieta un botoncito y uno le dice a la pluma cosas del tipo: “comprar cuatro manojos de pápaloquelite” o “bañar al perro”. La verdad es que no puedo evitar sentirme un imbécil hablándole a una pluma, así que decidí que no era lo mío. De hecho lo más probable es que el artefacto de marras se perdiera en la noche de los tiempos.
La segunda opción que se me recomendó fue una “palm” que –entiendo- es un artilugio electrónico que utilizan los pinches yuppies para fijar sus citas y ver viejas encueradas en distintas posiciones sexuales. A mí francamente el contacto con estas madres me produce mucho agobio; vivo con el permanente temor de morir electrocutado al picar el armatoste y por otro lado, lo más cool que he portado en mi vida miserable son unos calzones de manga larga con unos como perros estampados.
Acto seguido y ante este fracaso tecnológico, se me sugirió una agenda de papel. El problema es que las de tamaño adecuado miden medio metro y las bolsas traseras de mis pantalones son más pequeñas (lo mismo que mis nalgas). Es por ello que decidí adquirir una portátil que, cuando la abrí, me produjo la fúnebre sensación de que me estaba quedando ciego, ya que los números que indican la hora del día medían una micra. Ello provocó que nunca llegara a tiempo a ningún lugar. El último problema ha consistido en la ilegibilidad de lo que escribo. Permítame, querido lector, algunas muestras ejemplares.
El 18 de mayo del 2001 (viernes) escribí en el renglón correspondiente (creo) a las 11 horas la palabra “Rusia”. Lo anterior representa un misterio insondable ya que nunca ha entrado en mis planes viajar a dicho país, no conozco ninguna calle con ése nombre y mucho menos una persona que se llame así. Jamás he sido requerido por la embajada para ir a cenar de gorra y mi contacto más cercano con la Federación Rusa, se limita a una borrachera espantosa que me puse tomando vodka helada y que me hizo ver arañas gigantes ¿En qué pensaría? –me pregunto- ¿Estaría yo bebido a la hora de llenar mi agenda? Misterio insondable.
Otro ejemplo, esta vez correspondiente al 3 de octubre del 2002 (jueves) a las 18 horas (creo) se lee lo siguiente: “revisar transformador”. Lo anterior no solo es misterioso sino ingenuo; estoy seguro que yo podría revisar un transformador pero no sabría qué hacer con dicha inspección ya que lo que sé en dicha materia se puede multiplicar por cero. En este caso lo más probable es que se cumpliera mi fundado temor a morir electrocutado. Pero eso no es todo; ¿para qué carajo tomaría yo tal iniciativa? Si tuviera dicha intención lo primero que alguien me debería explicar es cómo luce un transformador ya que no tengo la menor idea de su aspecto. La otra interrogante es por qué haría tal cosa en día jueves que es un día laborable. Segundo misterio.
En fin, me siento muy avergonzado con mis amigos y juro que tengo la firme determinación de tomarme unos chochitos que me recomendaron para la memoria... a ver si no me da diabetes.
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