La evolución de la educación sexual ha sufrido cambios que considero francamente dramáticos desde que yo era niño (en el precámbrico) hasta nuestros días. En mis tiempos la ortodoxia sugería dar una explicación imbécil que más o menos decía que los niños venían de París (¿por qué de París y no de Ixcateopan? Misterio) a bordo de una cigüeña. Por supuesto cualquier infante que no fuera esencialmente pendejo podía deducir el tamaño de la mentira ya que una cigüeña es una ave zancuda cuyo peso oscila entre los dos y tres kilos y hasta el día de hoy no se tiene noticia de un avistamiento de este bicho cargando un trapo en el que va un infante del mismo peso. Mucho menos su llegada a un hogar (si a mi casa llegar una cigüeña, saldría corriendo en dirección contraria pegando de gritos). Por supuesto, la idea de la cigüeña se esfumó con los años y entonces se utilizaron metáforas botánicas francamente ilegibles. La que se me explicó a mí se basaba en la idea de que papá ponía una “semillita” en mamá y de esa semillita salía un bebé, asunto que me dejó durante años sumamente confuso ya que el proceso tenía deficiencias evidentes (nunca vi el riego, ni el fertilizante que permitieran a una semillita evolucionar en niño o niña).
Pasaron los años y entonces por la vía de los hechos me enteré de la verdad de una manera bastante dramática un día que entré por equivocación al cuarto de unos amigos de mis padres que en ese momento practicaban la posición treinta y cuatro del Kamasutra, de hecho creo que se asustaron más que yo, ya que pegaron un grito escalofriante mientras yo echaba la carrera tratando de recordar mentalmente la proeza física de la que acababa de ser testigo.
Hoy la cosa es infinitamente más llevadera ya que los niños modernos no se arredran ante nada y hablan con toda naturalidad del pene y la vagina, asunto que no me puede parecer más que saludable. Sin embargo, y aunque parezca increíble existen grupos con enorme poder que ofrecen “argumentos” para evitar la educación sexual buscando un regreso al pasado, concretamente al siglo XII.
Recientemente fuimos testigos de cómo el gobernador de Jalisco se refirió a los condones y la obligación pública de su reparto. El asunto sería muy gracioso si el autor de frases como las que se escucharon fuera Capulina, pero no, es el mandatario de uno de los Estados más importantes de la República y entonces uno se pregunta, con lágrimas en los ojos, si los votantes son débiles mentales o los gobernantes no tienen la irrigación sanguínea suficiente.
Hace no mucho se armó una polémica asociada a los nuevos libros de biología para la escuela secundaria. El hecho me consta de primera mano porque soy autor de uno de los siete textos autorizados por SEP para la enseñanza del tema. Durante el proceso fui el mudo testigo de la forma en que grupos conservadores presionaron con el fin de que los niños mexicanos no supieran que las relaciones sexuales las puede tener gente del mismo sexo y mucho menos que se enteraran de un concepto tenebroso llamado masturbación a través del cual el demonio posee los cuerpos débiles y los abandona a los placeres de la carne.
En algunos Estados los libros de plano no se repartieron ya que las buenas conciencias pensaron (lo anterior es un eufemismo) que la corrupción de menores empieza en la escuela y en otro (lo juro) se organizaron quemas de libros. Uno se pregunta si esta mocharía rampante tiene cabida en un país que cabalga en pleno siglo XXI y la triste respuesta es afirmativa. Es por ello que desde esta humilde tribuna propongo que realicemos una expedición masiva hacia Europa y Asia (el hábitat de la cigüeña blanca) capturemos algunas docenas de estos bichos y los entrenemos en el zoológico de Chapultepec para que se encarguen de llevar a niños recién nacidos a sus nuevos hogares. Será menester que estas criaturas nazcan por medio de probetas, para así evitar contactos sexuales en la población, que como se sabe son un pecado de los más mortales que existen. En fin.
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