viernes, 14 de agosto de 2009
Ídolos (La mosca en la pared 2007)
La televisión es una fuente de imbecilidad profundamente inconmensurable. Uno puede encontrar a una señora que es señor y da el horóscopo para luego cambiar de canal y encontrarse con una gorda que modera un programa en el que los asistentes cuentan sus miserias emocionales y se agarran a madrazos porque pasó la mosca (en la pared). Solo en una pantalla de veintiun pulgadas uno puede hallar gente como el perro Bermudez que desde mi punto de vista es un crimen de lesa humanidad o a una nube de idiotas que dan brinquitos en una tabla simulando un circo para que una nube más amplia de idiotas aplaudan. En la tele también he visto a un señor que se llama Jaime Maussan cuyas características distintivas son las de tener un ojo chueco, hablar muy raro y anunciarnos que los ovnis nos visitan diariamente de tres a seis, lo que siempre me deja la duda de por qué solo los ve él y no el resto de los mortales. El misterio es que a través de estos “avistamientos” este buen hombre se ha hecho de un modo digno de vivir.
Muy bien, las reglas son esas y el que no las quiera aceptar puede simplemente no prender la televisión o fugarse al pico de Orizaba, como no es mi caso, de noche en noche prendo el aparato e invariablemente me quedo estupefacto de lo que veo. Esta vez me encontré con una madre que se llama “American Idol” cuyo formato es elemental, se trata de que una turba de señores y señoras que creen que cantan, se expongan ante un jurado que describiré a continuación: primero hay un gordo de color negro que se viste como se visten los padrotes de balneario y que por algún misterio semántico llama “dog” a los concursantes varones, luego está una señora que se peina con tubos, se llama Paula Abdul y, según me relatan mis fuentes, conoció en el sentido bíblico a uno de los concursantes. El tercero en discordia es un señor británico que tiene el pelo como las laderas del nevado de Toluca y tiene la virtud de ser mamoncísimo, se llama Simon y aparentemente todo mundo sabe lo que le espera al encontrarse con él.
El programa inicia con un jovenazo que es el presentador y que da entrada a los concursantes. Normalmente los proto cantantes son gente que debe vivir aislada en las montañas ya que cantan como la mamá del muerto a gritos y haciendo el ridículo. El siguiente paso es que los jurados los hagan mierda y salgan de un cuartito muy molestos. De vez en cuando hay uno o una que no lo hace tan mal y recibe un veredicto aprobatorio que le hace dar brincos, llorar y abrazar a su señora madre que espera afuera llena de ansiedad.
Los cantantes son eliminados como en la canción de los perritos y cuando ya queda una docena se le junta con algún señor que es famoso (el que a mí me toco en suerte observar se llama Barry Gibb o lo que queda de él). El famoso se pone al lado de un piano y les pide a la docena que canten sus canciones, los concursantes lo hacen y les da consejitos del tipo “cuando llegues a esta nota infla el pecho” y luego los elegidos van al salón de belleza y se presentan en un salón enorme con orquesta y todo. El público es netamente gringo, es decir gordo, y aplaude mientras un letrerito nos anuncia cosas como “familiares de fulanito de tal”. Uno de los participantes que era igualito a Mowgli y se llamaba Shamalaya, Shajualalua o algo así cantó algo espantoso y fue pasado por las armas por los miembros del jurado, lo que provocó un pleito entre el maestro de ceremonias y el del pelo como el nevado. Me quedé muy impresionado de ellos y de mí que tuve el temple de ver el programa completo y correr a escribir esta nota para que ustedes, queridos lectores, me digan si soy un pendejo que no entiende las cosas de la vida moderna.
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