lunes, 21 de septiembre de 2009

Las lluvias

Resulta que ahora que me cambié de casa, brotaron historias extrañas acerca de espíritus. Parece ser que a uno que es fantasma le dio por bajar las escaleras de mi nuevo hogar y les puso un sustazo de la mismísima madre a los trabajadores que se ocupaban de la remodelación, quienes (me cuentan) pegaron una carrera que haría la envidia de nuestra querida Anita Guevara. Este antecedente es muy importante para entender lo que pasó un sábado por la noche, como se verá a continuación.

Aproximadamente a las siete de la noche, empezó a caer un aguacero como los que sólo he visto en las películas de la selva. Exactamente a las 19:15 se fue la luz, lo que provocó que a) me pusiera a jugar Basta con mis hijos, para descubrir que no existe flor o fruto con la letra “i” o país con “o”; b) me fuera a la cama a las nueve de la noche con una vela; c) a consecuencia del hecho anterior, abriera los ojos a las cuatro de la mañana y me bajara a la sala para leer con la misma vela el nuevo libro de Cebrian. En ésas estaba cuando escuché un ruido proveniente de las escaleras, mientras que la llama de la vela se empezó a agitar. Por supuesto envejecí veinte años con la experiencia y me subí de inmediato, porque simplemente no me daba la gana encontrarme con la mamá del muerto. Cuando conté la aventura al día siguiente, todo mundo me miró como se mira a un idiota y es por eso que hoy la comparto con usted, querido lector, nomás por amor propio.

Pero el caso es que no quiero hablar de fantasmas sino de las lluvias y sus efectos catastróficos, el más conspicuo de los cuales es sin duda el de que uno se moje porque no trae paraguas. Lo anterior es un indicador de la falta de previsión que tenemos los mexicanos. Hace algunas semanas fui a un seminario que se ofrecía en el Colegio de México. Al igual que todos, dejé mi auto a tres kilómetros de la entada y también al igual que todos no llevé sombrilla. Por supuesto que el servicio meteorológico había pronosticado un huracán; sin embargo, ninguno de nosotros lo recordó hasta que a la hora de salir tuvimos que esperar dos horas como refugiados a que pasara el temporal.

Las opciones en estos casos son lamentables, ya que suponen echar una carrera en medio de charcos y con algo en la cabeza que puede ser un periódico o el portafolios que queda inservible. A nadie se le ocurre que la tarea de abrir el carro toma por lo menos diez segundos que son –por algún misterio psicológico- en los que uno siente que se moja más.

Otra desgracia asociada a estos temporales tiene que ver con la inundación de las calles que de pronto se convierten en vías navegables. En estos casos, los felices poseedores de camionetotas libran los escollos con bastante solvencia y algunos hasta aceleran para provocar unas olas que hacen naufragar a los carros más pequeños. Cuando uno intenta atravesar el charco no sabe si acelerar o ir más despacio, mientras va rezando una Magnífica para que el motor no se apague. Si esto ocurre, es menester salir del coche por una ventana y subirse al techo para esperar auxilio. No se sabe a ciencia cierta qué es lo que cae del cielo, pero existen terribles presentimientos cuando uno mira el cofre de su coche y se encuentra con marcas de polvo y lodito y empiezan las sospechas de que eso tiene que ser cancerígeno.

Alguna vez conocí a una señora a quien le daba por mojarse y encontraba el hecho “muy romántico”. Estábamos en un café y cuando empezaba a llover, me arrastraba, como se arrastra a una res, con el fin de que nos mojáramos en un parque contiguo. La idea me parecía magnífica para que nos cayera un rayo o contrajéramos pulmonía, razones de sobra para que nuestro amor no prosperara.

En fin, creo que el único efecto positivo de la lluvia consiste en que nos brinda una inmejorable excusa para llegar tarde a citas y reuniones, pues siempre se puede argüir que con el clima era peligroso salir o que al coche se le mojaron las bujías. Alguna ventaja tendría que tener la furia de Tláloc, ¿no?

jueves, 17 de septiembre de 2009

Viaje

Por motivos que no me interesan ni a mí, me voy de viaje, así que esta cosa no tendrá entradas hasta el lunes próximo. Ojalá sobrevivan a la influenza, a la maestra Gordillo y a secuestradores con cuerpo de pirinola.
Nos vemos el lunes
FCG

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Crónica de viajes y gastronomía (El Financiero 1997)

La gente que viaja tiene, a veces la sana costumbre de ofrecer relatos de lo que ve a su paso por el mundo. Este es desde luego un ejercicio saludable ya que nos permite al resto de pelagatos enterarnos de cosas asombrosas. En sus inicios estas crónicas las producía gente muy larga que contaba haber visto dragones, señores con los pies en la cabeza o hermosas doncellas que tenían cola de huachinango, la sociedad daba por bueno el
testimonio y todos contentos. Posteriormente el estilo evolucionó a una forma más comprobable en la que se decían cosa como: “el general Santa Anna posee una verruga en el cachete y la ciudad de México no tiene coladeras”.
Toda esta reflexión la emprendo por un artículo reciente que apareció en el periódico Reforma en el que un señor a quien no tengo el gusto de conocer y que se llama Jorge Ramos Ávalos, comparte con sus lectores un sinfín de experiencias notabilísimas que me interesa comentar con usted, querido lector.
Don Jorge nos advierte que su intención es hablar de comida (lo que no es bueno ni malo en sí mismo) y luego señala el tema culinario como un referente a través del cual la gente se comunica. Aquí agregaría que sólo alguna gente, porque a un servidor nunca se le ha ocurrido iniciar una plática diciendo: “te parece que el filete a la pimienta es nutritivo?”.
Acto seguido el autor nos regala el siguiente párrafo: “Recuerdo – y aquí se me hace agua la boca- un filete con salsa de mostaza y papas fritas en París, un pescado a la sal en Sevilla, unos sushis extraordinarios en el mercado de mariscos de Tokyo y otro en Beijing, el atún casi crudo y el souffle de chocolate de Pacific Time en Miami, el caviar ruso de Nueva York, unas tortas de aguacate y queso en Oaxaca y comilonas exquisitas de tacos al pastor en el fogoncito de la ciudad de México”. De la lectura anterior se desprenden varias enseñanzas; la primera (pasando por alto el escalofrío que me produce el atún crudo) desde luego es que el señor Ramos es un hombre viajado y que su experiencia internacional en materia culinaria es notable, aunque también es notable que el asunto pueda interesarle a alguien más que no sea él y los múltiples dueños de restaurantes donde comió. La segunda es que seguramente sintió que se estaba adornando porque remató su frase con el asunto de las tortas y los tacos, después de hablar de souffles y caviares, lo que parecería un exceso demagógico.
Acto seguido el cronista nos cuenta que encontró un restaurante en Sidney y que para asistir al mismo hizo su reservación con cinco meses de anticipación para lo cual el pidieron “más información que un inspector de la oficina de recaudación”. Ignoro por supuesto los trámites que piden dichos inspectores pero mucho menos claro para mi es porque un restaurante tiene que andar preguntando cosas para permitir que un cliente coma sus platillos.
El último punto es ligeramente extraño ya que el Sr. Ramos nos describe con lujo de detalle todo lo que se comió la noche de marras con párrafos como el siguiente: “los postres fueron una muestra más de absoluta decadencia burguesa. Primero para ocasionar un shock, sirvieron una cucharada de lentejas con queso gruyere rayado muy finito. La combinación era rara pero poco se atrevieron a dejarlo ante el temor de los ojos vigilantes de los bien entrenados meseros”. Debo confesar que el shock me lo causó la crónica, ya que no entiendo nada de nada. Lo primero tiene que ver con la economía, si algo no esta en decadencia es la burguesía ya para ello me remito a las listas que pública la Secretaría de Hacienda, en segundo lugar, me parece claro que si a uno le sirve algo que evidentemente parece una porquería, lo mejor es no comerlo, a menos que los bien entrenados meseros sean karatekas que estén dispuestos a poner como camote a todo aquel comensal que se rehúse a comer.
El artículo finaliza esperando que el chef no hable español y advirtiendo que la pequeña fortuna que se invirtió, se pagará en mensualidades. La conclusión me parece obvia... que con su pan se lo coma.

martes, 15 de septiembre de 2009

Entrevista Jairo Calixto Albarrán (Milenio TV)

En la siguiente dirección hay una antrevista. Es tan simple que hasta yo pude hacerlo, a pesar de que he advertido reiteradamente que soy ejemplarmente pendejo. Basta entrar en la sección "Política cero" y buscar la entrevista del 8 de septiembre
Saludos
http://www.milenio.com/portal/tv_ondemand.html

Encuentro con tu grandeza (El Financiero 1994)

Son las 8:35 p.m., me dirijo al hogar para gozar de algo que la gente pendeja llama “un merecido descanso”. Los semáforos se llenan de mimos sacando conejos de una bolsa negra, de vendedores con percheros que dan vueltas y de autos donde la gente rumia su aburrimiento poniendo cara de idiota. Mi propia cara de idiota se modifica en el momento que sintonizo Radio Acir. La voz del locutor llama mi atención: parecería un cubano sesentón.
Es el doctor Anthony Romero.
El programa se llama “Encuentro con tu grandeza” y en ese momento se presentan la licenciada Patricia “una brillante abogada” y la licenciada Zita Rodríguez, editora de la gustada revista Reporte OVNI. Viene la primera revelación: la licenciada Patricia es capaz de observar traterrestres pegados en el cuerpo de nosotros los humanos. Los síntomas que delatan la presencia de estas entidades interplanetarias que ella llama “los grises” o “bichitos” (Dios mío) son complejos y trataré de describirlos a continuación:
a) Los ojos brillan “como si uno trajera lentes de contacto”, b) los orgasmos que se experimentan (Dios mío) “son muy intensos”, c) si a un poseído le hacen una incisión en los testículos, el líquido que sale “huele acidito” (Dios mío), d) los extraterrestres sacan los óvulos de la mujer por medio del ombligo, e) hay pesadez en el cerebro y vientre abultado.
Y digo yo: 1) ¿Por qué no les pedimos a los bichitos que nos ahorren los incisos d) y e)? 2) ¿Por qué no le suplicamos a los que ven extraterrestres que dejen de estar practicando incisiones en los huevos de las personas? 3) ¿Por qué no les rogamos a nuestros amigos interplanetarios la receta para aplicar el inciso b)?
El programa siguió.
La licenciada Patricia argumentó que el antídoto contra los visitantes de otros planetas es simple: “Hay que cerrar las fuerzas astrales y pensar que desde debajo de los pies nos ponemos 60 aros dorados en forma imaginaria (obviamente, porque si los aros fueran reales pareceríamos pirinola de Apatzingán) y que cuando hacemos eso, los bichitos se van al espacio muy molestos” (Dios mío). Esa noche aprendí que “hay más de 60 razas de extraterrestres, como por ejemplo los paramilitares que son unos chaparritos de tres dedos” (por la descripción también podrían ser policías). Hay otros “enanitos de color rojo que habitan en las pantorrillas”, sin embargo “los más peligrosos son los grises, ya que son
parasitarios y se alimentan de humanos, hay otros que vienen a la Tierra para enseñarnos cosas”.
En ese momento el doctor Anthony Romero intervino para decirle a la licenciada Patricia: Como te trajo Zita, sé que no estás loca”, comentario que desde luego me tranquilizó.
Luego se leyó la llamada del señor Oscar González, un radioescucha de la colonia Ejército Constitucionalista que habló para preguntar si los bichitos tenían un coeficiente intelectual de 200 o más (evidentemente, el señor González tiene un coeficiente de 15 o menos). La respuesta fue que no, que los grises son más brutos que los humanos. “¿De donde vine los extraterrestres?” preguntó el doctor Anthony Romero. “De Orión, Andrómeda y las Pléyades”, contestó la licenciada Zita que aprovechó para regalar calendarios de la gustada revista Reporte OVNI en las que vienen “unas fotos muy bonitas de naves espaciales”. Durante el programa se escucho la música de un señor que se apellida De la Casa. Aparentemente la melodía ha sido inspirada por extraterrestres (que deben tener un gusto musical horrible, ya que la música era terrible).
Al finalizar se explicó que la gente “contactada” no lo anda contando porque se presta a que se burlen de ellos. Todo lo anterior, querido lector, en nuestra gloriosa radio mexicana, de costa a costa y de frontera a frontera (Dios mío).